El color de los pájaros

Pájaros

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La leyenda el color de los pájaros

Cuando el mundo apenas comenzaba, todos los pájaros eran de color marrón. Las aves grandes, medianas y pequeñas poblaban espacios diferentes de la Tierra, pero todas con el mismo plumaje serio y triste.

Esto no era algo que les gustara a los pájaros, ellos se sentían deprimidos por ser todos iguales. Deseaban, por ejemplo, tener el color carmesí de las rosas sobre sus plumas; el naranja intenso de una fruta jugosa, el blanco lleno de pureza de un conejito suave o el color negro que hacía ver a las cebras tan elegantes. Para nadie era un secreto que, a la hora de la distribución de colores, las aves se habían llevado la peor parte.

Un día inesperado, todas amanecieron de acuerdo en que tenían que acabar con esa situación por ellas mismas. Ya estaban cansadas de sentirse feas y se encaminaron indignadas a hablar con la Madre Naturaleza.

Uno de los pájaros, el águila, elegante y llena de valentía, fue quien solicitó la audiencia, y dos semanas después, miles de pájaros descontentos con el color marrón se reunieron en el claro de un gran bosque. Los nervios se sentían en el aire y hasta se podían tocar; todos tenían el mismo deseo y no podían esperar para verlo cumplido. 

La Madre Naturaleza se presentó en el bosque a la hora que habían acordado. Había un alboroto y un griterío espantosos, todos los pájaros querían hablar y fue imposible que hicieran silencio. Al cabo de cinco minutos dejaron de piar, graznar, gorjear y silbar, y al fin la Madre Naturaleza habló.

– ¡Silencio, por favor, silencio! Me han llamado porque todos los pájaros están en contra del color que tienen en las plumas. A mí me parece que ese tono madera que les adorna el cuerpo es precioso, pero si ustedes no se sienten conformes, entonces vamos  a intentar solucionarlo. Hagamos esto, los llamaré uno por uno y les ruego que por favor respeten el turno ¿De acuerdo?… ¡A ver, urraca, ven para acá! Tú serás la primera en solicitar el cambio.

La urraca se acercó graciosa y con prisa.

– Estimada señora, desde hace tiempo deseo cambiar el marrón por un negro brillante, adornado con plumas blancas en el pecho ¿Qué le parece?

– ¡Me parece que, sin duda, lucirás mucho mejor! ¡Hagámoslo!

La Madre Naturaleza tomó el pincel más fino de sus herramientas, una paleta con millones de colores, y pintó el plumaje de la urraca hasta que quedó listo.

La urraca se sentía feliz y agradecida. Extendió las alas y, entre aplausos, se paseó estirando el cuello para que pudieran admirarla.

Poco después, un periquito chiquitito y alborotado dio unos saltitos y se posó a los pies de la Madre Naturaleza.

– ¡Me toca a mí, hermosa señora! ¡Me toca mí!

La Madre Naturaleza se llenó de ternura.

– ¡Ja, ja, ja! Tranquilo, pequeño ángel. Te escucho, dime qué deseas.

El periquito estaba muy nervioso y empezó a tartamudear de la emoción.

– ¡Yo… yo quisiera ser azul co… como el cielo! ¡Y… y tener la cabecita y el cuello blancos co… como las nubes!

– ¡Me parece una muy buena elección!

La Madre Naturaleza eligió un tono azul, o más bien añil y como el periquito era pequeñito, terminó en un minuto. El pajarito se sentía guapísimo y se contoneaba de aquí para allá ante el público rendido a sus pies.

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Después fue el turno del pavo real.

– ¡A mí me da mucha pena, pero la verdad no sé cuál color escoger porque me encantan todos los colores! ¿Podría tener un poco de cada uno?

– ¡No es fácil hacer lo que me pides, pero me parece genial! Quédate quietecito que voy a necesitar mucha concentración.

El pavo real contenía la respiración y estuvo sin pestañear hasta que la Madre Naturaleza le dijo que había terminado. El resultado fue una obra de arte, sin duda uno de sus mayores logros en creación y diseño de animales en todo el planeta. Los pájaros se quedaron con la boca abierta y reconocieron que el pavo real se había convertido en el símbolo de la elegancia y el buen gusto.

El canario se apresuró en la fila para ser el siguiente. Pidió sólo un color, pero rogó que fuera un color especial y visible desde la distancia.  La Madre Naturaleza quedó pensativa, seleccionando el color en su mente. 

– Yo creo que el color ideal para ti es un amarillo intenso ¡Te daría estilo y acentuará lo alegre que ya eres!

– ¡Me encanta, así todos se acercarán a mí! ¡Me gusta mucho tener público que me mire mientras canto!

La Madre Naturaleza le hizo un guiño y tiñó sus plumas con un deslumbrante tono muy parecido a los limones maduros. Todos estaban deslumbrados, era un color bellísimo que hacía ver al canario más atractivo.

Y así, una tras otra, todas las aves del bosque recibieron el nuevo color que deseaban. Cuando terminó, la Madre Naturaleza suspiró cansada pero satisfecha, porque el buen trabajo realizado se manifestaba en la alegría de los pájaros.

– Menos mal que ya están todos listos, porque se me terminaron los colores de la paleta. La verdad es que tenían razón ¡Con los nuevos colores están mucho más bellos!

Los pájaros aplaudían y lanzaban besos a la Madre Naturaleza. Se sentían agradecidos y felices. Ella, con una espléndida sonrisa de oreja a oreja, se despidió.

Empezó a recoger sus herramientas de pintura y cuando ya tenía casi todo guardado, vio a un simpático gorrión que se le acercaba corriendo desesperado. El pobre gritaba y alzaba las alitas para llamar su atención.

– Por favor, por favor, no se vaya ¡Espere, señora! ¡Falto yo!

La Madre Naturaleza lo miró con tristeza.

– ¡Oh, cuánto lo siento, mi pequeño angelito!… Ya no puedo ayudarte… ¡No me queda ningún color!

El gorrioncito se tiró al suelo y comenzó a llorar desconsolado. Había llegado muy tarde.

A la Madre Naturaleza, llena de infinita bondad, se le encogió el corazón. Era injusto pensar que había ayudado a todos los pájaros del mundo menos a uno. ¿Cómo podía hacer feliz hasta a las más tierna de las criaturas?

De pronto, se le ocurrió una idea. En la paleta de colores, quedaba una gotita amarilla de pintura que había sobrado del trabajo con el canario. Se agachó, acarició la cabecita del gorrión y le dijo con dulzura:

– Levántate, mi pequeño. Sólo me queda una gota de color amarillo, pero es para ti ¿Dónde quieres que te la ponga?

El gorrión se levantó, se frotó los ojitos para secarse las lágrimas, y se sintió esperanzado.

– ¡Aquí, señora, en el pico!

La Madre Naturaleza acercó con cuidado un pincel redondo a su carita y dejó caer la pizca de pintura en el piquito. El gorrión, batiendo las alas de alegría, se acercó a un charquito para mirarse y se sintió aún más feliz al ver lo bien que le quedaba. Todo el bosque aplaudía de alegría. La Madre Naturaleza se despidió de nuevo.

– Me voy, pero siempre que necesiten mi ayuda, cuenten conmigo ¡Hasta siempre, queridos míos!

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Desde ese día, los bosques se llenaron de vida gracias a los pájaros de muchos colores y a los gorriones que lucen muy coquetos una motita amarilla en su cara. Si prestas atención, te darás cuenta de que cada uno de los pájaros tienen algo especial.

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