El zapatero y los duendes

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Cuento zapatero y duendes

Había una vez un zapatero al que las cosas no le iban saliendo bien en la vida y ya no sabía qué hacer para salir de la pobreza.

Una noche se sintió desesperado y le dijo a su mujer:

– Querida mía, ya no me queda más que un poco de cuero para fabricar un par de zapatos. Mañana me pondré a trabajar y haré todo lo posible para venderlo. A ver si con lo que nos paguen por él podemos comprar algo de comida.

– Está bien, amor, tranquilo… ¡Ya sabes que yo confío en ti! – le dijo su mujer, animándolo para que no se sintiera triste.

Colocó el trocito de cuero sobre la mesa de trabajo y se fue a dormir.

El zapatero se levantó unas horas antes del amanecer para ponerse a trabajar. Pero cuando entró en el taller se llevó una sorpresa increíble: alguien había fabricado el par de zapatos durante la noche.

La historia del zapatero y los duendes

Asombrado, los agarró y observó cada detalle. Estaban muy bien hechos, casi perfectos. La suela era flexible y el cuero tenía un brillo precioso. Sin duda eran los zapatos dignos de un ministro o algún caballero importante.

– ¿Quién habrá hecho estos maravillosos zapatos? Son los mejores zapatos que he visto en mi vida. Voy a ponerlos en el mostrador de la tienda a ver si alguien los compra.

Pocos minutos después de colcarlos, un señor muy distinguido pasó delante del cristal y se deslumbró con ellos de inmediato. Le gustaron tanto que no sólo pagó al zapatero el precio que pedía, sino que le dio unas cuantas monedas más como propina.

El zapatero se sentía muy feliz. Con ese dinero pudo comprar alimentos y cuero para fabricar dos pares de zapatos más.

Hizo exactamente lo mismo que la noche anterior. Entró al taller y dejó el cuero preparado junto a las tijeras, las agujas y los hilos sobre la mesa, para ponerse a trabajar desde muy temprano.

Se despertó por la mañana con ganas de coser, pero se quedó mudó de la sorpresa cuando, una vez más, encontró dos pares de zapatos que alguien había fabricado mientras él dormía. No sabía si era cuestión de magia, pero el caso es que se sintió un hombre con mucha suerte.

Sin perder tiempo, los puso a la venta. Estaban tan bien fabricados y lucían tan hermosos en el escaparate, que se los compraron en menos de diez minutos.

Con lo que ganó compró piel para fabricar cuatro pares y, como venía haciendo cada noche, la dejó sobre la mesa. Una vez más, por la mañana, los zapatos aparecieron perfectamente hechos.

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Y así fueron pasando los días, hasta que el zapatero comenzó a salir de la miseria y a ganar mucho dinero. En su casa ya no se pasaban necesidades, y tanto él como su esposa comenzaron sentir que la vida por fin les había dado una oportunidad de ser felices.

Cuando llegó la Navidad, los esposos disfrutaban de la deliciosa cena en Nochebuena. De pronto, la mujer tuvo una idea y le dijo al zapatero:

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– Querido, mira todo lo que tenemos ahora. Hemos pasado de ser muy pobres a vivir cómodamente sin que nos falte nada, pero hasta ahora no sabemos quién nos ayuda cada noche. ¿Qué te parece si hoy nos quedamos en el taller para descubrirlo?

– ¡Es una gran idea! Yo también estoy muy intrigado pero más que nada, agradecido. Esta noche vamos a escondernos dentro del armario a ver qué es lo que sucede por las noches.

Así lo hicieron. Desde el final de la tarde estuvieron esperando, apretaditos en la oscuridad del ropero, dejando la puerta  un poco entreabierta para poder ver. Cuando eran las doce de la madrugada, vieron llegar a dos pequeños duendes completamente desnudos que, dando grandes saltos, se subieron a la mesa donde estaba todo el material del zapatero.

En un minuto se repartieron la tarea y comenzaron a coser sin descanso. Una vez terminados los zapatos, tomaron un trapo y lo llenaron de grasa. Con el trapo frotaron los zapatos hasta que quedaron relucientes.

A través de la rendija de la puerta, los esposos observaban la escena con la boca abierta. No se imaginaban que sus benefactores eran dos simpáticos duendes.

Esperaron a que se fueran y la mujer del zapatero exclamó con ternura:

– ¡Qué seres tan bondadosos! Gracias a sus esfuerzos hemos levantado el negocio y conseguido vivir con dignidad. Tenemos que recompensarles de alguna manera y aún más en Navidad.

– Tienes toda la razón, mi cielo, pero… ¿cómo podemos hacerlo?

– ¿Viste que andan desnudos? ¡Con esta nevada seguro que tienen frío! Yo podría hacerles algo de ropa para que se abriguen bien. ¿Olvidas que soy una gran costurera?

– ¡Es una gran idea, mi amor! Seguro que les encantará.

La buena señora estuvo toda la mañana siguiente cortando pedazos de tela de colores, uniendo y cosiendo, hasta que terminó todas las prendas. El resultado fue fantástico: dos pantaloncitos, dos camisas y dos chalequitos hermosos para que los duendes mágicos pasaran el invierno bien calentitos.

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Al llegar la noche, dejó sobre la mesa del taller toda la ropa nueva bien planchada. Después  corrió a esconderse en el ropero junto a su esposo. Esta vez querían ver sus caritas de felicidad al descubrir el regalo.

Los duendes llegaron, como siempre a las doce de la noche. Dieron unos brincos por el taller, se subieron a la mesa del zapatero,  y se pusieron muy felices cuando vieron esa ropa tan bonita.

Alborotados y sin dejar de reír, se vistieron rápidamente y se miraron en un espejo colgado en la pared. Se encontraron tan guapos y coloridos que comenzaron a bailar y a abrazarse locos de alegría

Después, al ver que no había cuero sobre la mesa y que por tanto ya no había zapatos que fabricar, salieron por la ventana para no regresar jamás.

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Moraleja de el zapatero y los duendes

El zapatero y su esposa fueron muy felices el resto de su vida. Jamás olvidaron que todo lo que tenían se lo debían a la ayuda de dos duendes muy curiosos que un día decidieron meterse en su taller para fabricar hermosos zapatos.

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