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La historia de Llivan
Esta es la historia del valiente Llivan. Cerca de la cordillera de los Andes, en un país llamado Colombia, habitaba una tribu indígena que llevaba muchísimos años viviendo en esas tierras. Sus miembros eran personas sencillas que convivían pacíficamente. Pero un día, el grupo de los jóvenes se reunió en asamblea y tomó una decisión terrible: expulsar del poblado a todos los ancianos.
Los jóvenes de la tribu declararon que los ancianos se habían convertido en un estorbo para el funcionamiento de la comunidad porque ya no tenían fuerzas para cargar los sacos de la cosecha y porque sus movimientos se habían vuelto tan torpes que necesitaban ayuda incluso para comer o asearse. Tan sólo un chico bueno y generoso llamado Llivan creyó que se estaba cometiendo una gran injusticia y se rebeló contra los demás:
– ¿Están locos? ¡No podemos hacer eso! Les debemos todo lo que somos, todo lo que poseemos. Ellos siempre nos han ayudado y ahora somos nosotros quienes debemos cuidarlos con amor y respeto.
Desgraciadamente ninguno estuvo de acuerdo con Llivan y tuvo que contemplar horrorizado cómo los ancianos eran obligados a abandonar sus hogares.
– ¡Esto es horrible! No se merecen que los traten así.
Cuando los vio alejarse del pueblo con la cabeza agachada de tristeza, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Sin pensarlo, corrió tras ellos hasta alcanzarlos.
– ¡Esperen. Por favor, esperen! Quiero ir con ustedes para que se sientan más seguros y ayudarles a buscar un buen lugar donde vivir.
El de más edad sonrió y aceptó la propuesta en su nombre y el de los demás.
– Claro que sí, Llivan. Tú eres un buen muchacho. Agradecemos mucho tu compañía y toda la ayuda que nos puedas dar.

– ¡No me den las gracias! Siento que es mi deber y lo hago con todo gusto.
Llivan los dirigió hacia un cálido y hermoso valle rodeado de montañas. Tardaron varias horas, pero valió la pena.
– ¡Este es el lugar elegido para montar el nuevo pueblo! La tierra es fértil, ideal para cultivar. Además, está atravesado por un río en el que podremos pescar a diario. ¿No les parece perfecto?
El más anciano reconoció que la elección era excelente.
– Tienes buen ojo, Llivan. Ciertamente es un paraje maravilloso.
Llivan respiró hondo y llenó sus pulmones de aire puro.
– ¿Y qué estamos esperando? ¡Pongamos manos a la obra!
Durante varias semanas el muchacho trabajó a un ritmo frenético, construyendo casas de barro, madera y paja durante el día, y fabricando herramientas de caza y pesca a la luz de la hoguera. Era el único que tenía fuerza física para realizar las tareas más duras, pero los ancianos, que poseían la sabiduría y experiencia de toda una vida, también ponían su granito de arena dirigiendo las obras.
Gracias a los buenos consejos de los mayores y al gran esfuerzo de Llivan, lograron terminar el pueblo antes del tiempo estimado.
Mientras tanto, en la otra tribu, los jóvenes tomaron el mando y todo se descontroló. Los jóvenes no sabían cómo se hacían las cosas y no había ancianos a los que pedir consejo. Esto era muy grave, en especial si alguien caía enfermo, ya que los remedios a base de plantas medicinales solo los conocían los abuelos y allí no quedaba ni uno. Donde antes había paz y bienestar, ahora reinaba el caos.
Al pasar los años, Llivan se convirtió en un adulto sano y fuerte. Su vida con los ancianos era feliz y sólo extrañaba una cosa: formar su propia familia. Por esa razón, un día decidió expresarles sus sentimientos.
– Amigos, saben que soy muy feliz aquí, pero la verdad es que también me gustaría casarme y tener hijos. El problema es que en este poblado no hay ninguna mujer. Ustedes son como mis padres y quiero pedirles permiso para ir al pueblo de los jóvenes. Allí puedo conocer alguna mujer.

El que siempre daba el visto bueno le dio una palmada en el hombro y expresó su conformidad:
– ¡Por supuesto que tienes nuestra aprobación! Nosotros te adoramos y estamos agradecidos contigo. Es normal que quieras enamorarte, casarte y tener hijos. Anda, ve y busca esa esposa que tanto deseas, pero por favor, ten mucho cuidado.
– ¡Gracias, muchas gracias, los llevaré en mi corazón! – exclamó Llivan.
Después de despedirse de todos los ancianos, Llivan tomó rumbo a su antigua aldea. Era casi de noche cuando puso un pie en ella y no pudo evitar emocionarse.
– ¡Cuántos años sin ver el lugar donde nací! Pero, ¿Por qué está todo tan sucio y deshecho? – se preguntaba ante el desastre que había frente a él. Su antigua aldea estaba hecha casi de escombros. Estaba intentando comprender qué sucedía, cuando varios hombres se acercaron a él y lo ataron a un árbol. El líder de la tribu, le gritó al oído:
– Te hemos reconocido, Llivan. ¿Cómo te atreves a volver? ¡Tú nos traicionaste hace años atrás!
Llivan se percató de que estaba ante el grupo que había expulsado a los ancianos y se llenó de ira.
– ¡Son una banda de cobardes y descarados! ¡Suéltame ahora mismo! ¡Yo no he traicionado a nadie!
El jefe se rió de él y le dijo en tono burlón:
– ¡Uy, sí, creerás que soy un tonto! Ahora mandamos nosotros, ahora eres nuestro prisionero. En cuanto amanezca, pagarás por lo que hiciste.
Dicho esto se alejaron unos cincuenta metros y se sentaron en grupo a comer y beber. Aprovechando que estaban entretenidos, Llivan trató de liberarse, pero las cuerdas apretaban demasiado sus brazos.
Estaba a punto de rendirse, cuando de entre las sombras apareció una mujer de ojos negros y cabello rizado hasta la cintura que, sin hacer ruido, se acercó a él y le susurró:
– ¿Quién eres tú y qué haces atado a un tronco?
Llivan también le contestó en tono bajito.
– Me llamo Llivan y crecí en este pueblo, pero me fui con los ancianos cuando los desterraron. Hoy he regresado, pero he sido capturado por los salvajes que ves allí.
La muchacha miró al grupo de hombres, con cuidado para que no la descubrieran.
– Llivan… Llivan… Sí, claro, me acuerdo de ti. Bueno, en realidad todo el mundo en esta zona conoce tu historia.
– ¿Ah, sí? Y dime, ¿Qué tal van las cosas en la tribu?
– ¡La verdad es que todo va muy mal! Esos hombres no son buenos y no tienen ni idea de como gobernar. Por su culpa la gente es cada vez más pobre e ignorante.
– Echaron a los ancianos y se portan como tiranos. Lo siento, pero no entiendo por qué aceptan sus normas. Deben revelarse.
– No, no aceptamos sus normas, pero siempre van armados y nadie se atreve a enfrentarse a ellos. ¡No podemos hacer nada más que aguantar!
– ¡Creo que ha llegado la hora de poner fin a esta tiranía! Si me ayudas a escapar lo solucionaré. ¡Te lo prometo!
La mujer clavó sus ojos en los de Llivan y sintió que estaba siendo sincero. Sin dudarlo, desató la cuerda que ataba sus manos.
– ¡Vamos a mi casa, allí estarás seguro!
Se fueron en silencio y llegaron a una choza pequeña y humilde. Junto a la entrada, tumbado en una hamaca, estaba su hermano pequeño.
– Querido hermano, escúchame con atención: mi amigo Llivan va a ayudarnos a deshacernos de esos déspotas que tienen a todo el pueblo dominado, pero necesitamos tu ayuda.
– Eso está bien, pero, ¿Qué es lo que tengo que hacer?
Llivan había pensado en un plan y sabía lo que tenía que hacer.
– Por favor, avisa a todos los vecinos ¡Quiero que vengan aquí cuanto antes!
– De acuerdo, no tardaré.
Minutos después, decenas de personas escuchaban el discurso de Llivan bajo la pálida luz de la luna.
– Amigos, este era un pueblo próspero hasta que un día los jóvenes tomaron el poder. Han pasado los años y miren el resultado: son más infelices y viven mucho peor que antes.
Todos asintieron con la cabeza reconociendo que lo que decía era cierto.
– Fue un error desterrar a los ancianos, pero todavía hay solución. ¡Vamos a hacer que los gobernantes se arrepientan! Necesito que cada uno de ustedes tome una ortiga del campo.
Los aldeanos no sabían qué pretendía Llivan, pero obedecieron sin protestar. Después, se fueron en busca de los dictadores y los encontraron tirados en el suelo, profundamente dormidos. Llivan dio la orden de actuar.
– Están roncando como leones. ¡Es nuestra oportunidad! Vamos a desnudarlos y a esperar.
Les quitaron las ropas y aguardaron unos minutos a que el frío de la noche los despertara. Cuando los individuos abrieron los ojos se encontraron rodeados por más de cien personas con cara amenazadora y una ortiga en la mano.En ese momento, Llivan alzó la voz:
– Hace años cometieron una gran injusticia con los ancianos del pueblo. Ahora, lo han arruinado todo. ¡Son unos verdaderos irresponsables! Si no quieren que cortemos sus cuerpos con nuestras ortigas, admitan su error y pidan disculpas ahora mismo.
Los hombres se miraron aterrados y ni lo dudaron: se pusieron de rodillas y llorando como niños pidieron perdón entre lágrimas.
– A partir de ahora respetarán a todas las personas por igual y trabajarán en beneficio de la comunidad hasta que el pueblo vuelva a ser un lugar floreciente.
El aplauso fue unánime.
– Gracias, muchas gracias. Pero aún falta lo más importante: que regresen los abuelos que un día tuvieron que abandonar su hogar.
Llivan escuchó otra ovación y sintió que había dicho y hecho lo correcto.
– En cuanto salga el sol iré a buscaflos. Espero que cuando vuelvan les traten con el amor y respeto que merecen.
Tres días después, los abuelos entraron en su antiguo pueblo y fueron recibidos con aplausos, abrazos y besos. El momento de felicidad colectiva que se vivió fue único e irrepetible.

Así, el pueblo volvió a ser como era antes. Bueno, todo no, porque para Llivan fue elegido gobernador del pueblo y, al llegar la primavera, se casó con la hermosa muchacha que le había ayudado a acabar con la injusticia. Dice la historia que formaron una familia numerosa y fueron felices para siempre.
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