La leyenda del crisantemo

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La hermosa Leyenda del Crisantemo

Cuenta la leyenda del Crisantemo que, en un pequeño pueblo pobre de Japón, vivía una pareja de campesinos muy humilde, junto con su pequeño y adorable hijo.

Los tres formaban una familia feliz, pero un día el niño cayó muy enfermo.  Todas las mañanas se levantaba con fiebre muy alta y con la cara pálida. Lo más extraño es que nadie sabía cuál era la causa de su enfermedad.

Los padres probaron todo tipo de medicinas naturales, pero ninguno  de los tratamientos era efectivo. El pequeño niño estaba peor de su misteriosa enfermedad. Sus padres pensaron que solo tenían una oportunidad más para salvarlo. Desesperados, decidieron visitar a un anciano barbudo y muy sabio que vivía en lo profundo del bosque.

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Todos en el pueblo sabían de la sabiduría legendaria de aquel anciano barbudo. Tenía un amplio conocimiento de todas las plantas y hierbas medicinales para preparar los remedios de cada enfermedad, sin importar lo rara que esta fuera. Era la última esperanza para poder curar al pequeño niño.

– ¡Tenemos que intentarlo, querido! Quédate con el niño mientras yo voy a pedir ayuda al anciano. ¡Sé que sólo él puede salvarlo!

Empapada en un llanto angustioso, la madre se puso una capa de lana para protegerse del frío y se adentró en el bosque. Una hora después, encontró una cabaña de madera rodeada por una cerca. Caminó hasta la entrada, llamó a la puerta y apareció tras de ella un hombre muy anciano con una gran barba blanca que le llegaba hasta la cintura.

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– ¿Qué le trae por aquí, mujer?

– ¡Perdón. No he querido molestarlo, pero necesito su ayuda!

– No se preocupes; puedo ver que está muy preocupada. ¡Pase adelante y cuénteme todo!

La mujer entró y se sentó en un banco de madera. Con los ojos llenos de lágrimas, le explicó al anciano el motivo de su visita.

– Señor, mi hijo de dos años está muy enfermo. ¡Lleva varios días con una fiebre muy alta y está muy pálido! No ha comido nada y cada día está más débil. Temo que pueda morir si no encontramos una cura.

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– Lo siento muchísimo, señora. Voy a ser muy sincero con usted: no tengo el remedio para sanar la enfermedad de su hijo. Sólo puedo decirle cuántos días va a vivir.

– ¿Cómo dice? ¡¿Y sin son pocos días los que le quedan de vida?! …¡No quiero saberlo!

– No pierda la esperanza.

El anciano la miró con ternura y continuó hablando:

– Escúchame con atención: debe ir al bosque y buscar una planta con flores amarillas llamadas crisantemos. Elija una de esas flores, córtela y cuenta los pétalos; el resultado que obtenga será el número de días que va a vivir tu pequeño, o lo que es lo mismo, sabrás si se va a curar o no.

La madre echó a correr en busca de la planta que el anciano barbudo le había indicado. Poco tiempo después, encontró un arbusto cubierto de preciosas flores amarillas. Se acercó, arrancó una flor y contó sus pétalos.

– ¡No, no puede ser! Tiene sólo cuatro pétalos. ¡Significa que sólo vivirá cuatro días más!

Cayó sobre el suelo y comenzó a llorar y a gritar durante un largo rato,  pero no estaba dispuesta a aceptar ese cruel destino para su hijo. Estaba decidida a alargar la vida de su pequeño por muchos años más, así que se calmó, se sentó en una roca y, con mucho cuidado, comenzó a rasgar los pétalos del crisantemo en finas tiras hasta que cada uno quedó dividido en miles de partes.

Cuando terminó, regresó a la cabaña del anciano y le mostró la flor. El hombre, con mucha paciencia, comenzó a contar los pétalos, pero como eran muchos le resultó imposible.

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Acarició su larga barba blanca y miró a la mujer sonriendo.

– Hay buenas noticias para usted. Esta flor tiene miles de pétalos, y eso significa que su pequeño hijo vivirá muchos años. Tendrá tiempo para casarse y tener muchos hijos y muchos nietos. Ahora, regresa junto a él y confíe en su recuperación.

– ¡Muchas gracias, señor! No olvidaré lo que ha hecho por mí y por mi familia.

La mujer volvió a casa muy feliz y entró en el cuarto de su hijo. El niño ya no estaba inmóvil en la cama, sino sentado sobre unas almohadas,  sonriendo  y comiendo un plato de sopa. Como por arte de magia, se estaba recuperando de su enfermedad.

Pocos días después, el color blanco de su cara desapareció. Ya había sanado por completo.

Cuenta la leyenda que, desde ese momento, los crisantemos ya no tienen cuatro pétalos sino muchísimos, tantos que nadie es capaz de contarlos todos.

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